Las aventuras de Robin Hood, dirigida inicialmente por William Keighley y, tras caer enfermo, continuada por Michael Curtiz, celebrado por Casablanca (1942), no sólo es la mejor película del insuperable Errol Flynn, sino también la mejor adaptación del relato anónimo que inmortalizara la leyenda del proscrito de Sherwood en toda la historia del cine, desde que la opereta de Reginald de Koven y Harry B. Smith se representara en 1890. El paso del tiempo no solo no le ha hecho mella alguna, sino que la convirtió en una gema digna de atesoramiento para todo amante del cine de aventuras. Es una película de esas que resulta un deleite de diversión y motor de nostalgia, que no ha envejecido un ápice y mantiene la frescura, el humor y la adrenalina a caballo de un elenco estelar de excepción, con el inefable aventurero de Tasmania a la cabeza, la encantadora Olivia de Havilland como Lady Marian, Basil Rathbone, el eterno contrincante de Errol, como el villano Guy de Gisbourne, un Claude Rains inmenso como el Príncipe Juan, Alan Hale como Little John, Patrick Knowles como Will Scarlett, Melville Cooper como un tontorrón Sheriff de Nottingham, Montagu Love como el Arzobispo de Black Canons, Eugene Palette como el Fraile Tuck, Una O’Connor como Bess, y el mismísimo Ricardo Corazón de León en la piel de Ian Hunter.
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