
Aquella inquietante música ejecutada en un órgano de tubos que daba inicio al film de Norman Jewison siempre fue asociada a Johann Sebastian Bach y su sonoridad quedó eternamente identificada con la película, pese a que el prestigioso André Previn tuvo a su cargo la composición de algunos temas adicionales que pasaron totalmente desapercibidos.
ROLLERBALL (1975)
Johann Sebastian Bach: Tocata y fuga de la distopía
por Eduardo J. Manola
¿Quién no conoce la famosa “Tocata y Fuga en Re Menor” (Toccata and Fugue in D Minor, BWV 565) de Johan Sebastian Bach, icono del período barroco de la música clásica?
Su acercamiento, digamos, más popular al cine se dio como tema de los títulos principales y de créditos finales del film Rollerball de 1975, dirigido por Norman Jewison y protagonizado por James Caan, pero su aporte al Séptimo Arte no se limita a esa película, sino que la pieza ya fue tempranamente recogida en los albores de la cinematografía. En la época del cine mudo se tocaba durante las proyecciones de El fantasma de la ópera (Phantom of the opera, 1925), la mítica versión del multifacético Lon Chaney.
También fue utilizada en varias de las producciones del incipiente cine de horror, como El hombre y el monstruo (Dr. Jekyll and Mr. Hyde) versión de la Paramount de 1931, dirigida por Rouben Mamoulian con Fredric March; Satanás (The Black Cat, 1934) de Edgar G. Ulmer y El cuervo (The Raven, 1935) de Lew Landers, ambas con Bela Lugosi y Boris Karloff y producidas por la Universal. Y por supuesto fue célebre su inclusión en la famosa Fantasía (1940), la ya mítica cinta animada de Walt Disney que jugaba con grandes obras de la música clásica occidental, bajo la histriónica batuta del prestigioso Leopold Stokowski conduciendo la Orquesta de Philadelphia.
Toccata and Fugue in D Minor, BWV 565 – music by Johann Sebastian Bach – perf. by Simon Preston

También es de destacar la utilización de la Tocata y Fuga 565 en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder con Gloria Swanson y William Holden, música de Franz Waxman; en La isla misteriosa (Cy Endfield, 1961) que contaba con música de Bernard Herrmann y los maravillosos efectos visuales de stop motion de Ray Harryhausen; en la versión de la Hammer de 1962 de El fantasma de la ópera con Herbert Lom como el famoso espectro del teatro; así como también en el clásico de antología producida por la también británica Amicus, Condenados de ultratumba (Tales from the Crypt, 1972), interpretada por el organista británico Nicolas Kynaston[1], en la que se convierte en la fanfarria del infierno. En el caso de Rollerball, es el organista Simon Preston, también inglés, quien interpreta la pieza de Bach, mientras que André Previn conduce la London Symphony Orchestra además de componer algunos temas adicionales como “Executive Party”, “Glass Sculpture” y “Executive Party Danve”, curiosamente no de corte clásico ni sinfónico como era de suponer, sino con aires de blues, jazz y pop.
La “Tocata y fuga”, como obra musical, tiene dos partes muy diferenciadas, como indica su título. La tocata, libre y sin estructura fija, es una suerte de improvisación que se solía interpretar antes de otra pieza. La fuga es una de las formas más relevantes del barroco musical, y consiste en una serie de melodías que se escuchan de manera simultánea mientras tenemos la sensación de que se van persiguiendo unas a otras. Es importante no confundir esta obra con otra similar de Bach, la “Toccata y Fuga BWV 538” también conocida como Dórica o Dorian.
Johann Sebastian Bach es considerado por muchos el padre de la música, debido a su influencia en todos los periodos musicales que lo sucedieron históricamente. Fue un virtuoso del clave y del órgano, con una envidiable facilidad para improvisar y componer complejas piezas a varias voces. Nació en 1685 en Eisenach, Turingia, hoy Alemania. Creció en el seno de una familia de músicos, y su padre fue su primer maestro, que lo educó como organista y violinista. Pero pese a ser un niño prodigio que despertaba el asombro de quienes lo escuchaban tocar, su educación no estuvo exenta de obstáculos, provocados por las rígidas costumbres de una época en la que el acceso a la cultura estaba reservado a unos pocos.
Su padre guardaba como un tesoro en un armario cerrado con llave gran cantidad de valiosos manuscritos de partituras a los que no permitía que el pequeño Johann se acercara, temeroso de que este pudiera estropearlos. Pero Johann se las ingenió para sustraerlas por entre las rendijas del armario a escondidas por las noches, copiarlas a la luz de las velas y regresarlas a su lugar. Así pudo estudiar cantidad de partituras, y en su juventud recorrió a pie largas distancias a distintos lugares para escuchar a organistas famosos y conocer las obras de otros compositores.


La “Toccata y Fuga BWV 565” es una conocida obra para órgano compuesta en algún momento entre 1703 y 1707 y atribuida a Bach. Sin embargo, a partir de 1980, han aparecido una serie de teorías sobre la posibilidad concreta de que la pieza no fue realmente escrita por el compositor germano, pues los expertos advierten ciertos elementos que indicarían que su estilo es muy diferente al del resto de sus obras. Se ha intentado justificar la cuestión sosteniendo que se trataría de una obra temprana de Bach, que contiene elementos que cambiarían con su madurez compositiva, o que solo era una pieza escrita con el mero objeto de probar órganos, y de ahí la amplitud de sus registros.
En un interesante estudio titulado “Toccata y fuga de autor”,[2] Andrés Moreno Mengibar, prestigioso crítico musical, historiador y reconocido especialista en ópera sevillana, expone con meridiana claridad lo siguiente (que me permito transcribir):
“Es, sin lugar a dudas, la composición para órgano más conocida universalmente. Múltiples arreglos y transcripciones para todo tipo de instrumentos, culminando en la ampulosa pero brillante orquestación de Stokowski para el film Fantasía, la han hecho familiar en todos los hogares y oídos de todo el mundo. Y han llevado el nombre de Johann Sebastian Bach al sustrato musical de cientos de millones de personas por todo el planeta. Pero en los últimos cuarenta años han ido surgiendo voces que cuestionan la autoría de esta obra, que no se conserva de propia mano de Bach, sino en una copia firmada por Johannes Ringk, un alumno de Bach que recibió a su vez una copia hecha por otro alumno del maestro, Johann Peter Kernell. La opinión tradicional sobre esta obra, fundamentada en los asertos de Spitta, es que se trata de una obra juvenil de Bach entroncada con la influencia de los maestros del norte de Alemania, especialmente con el stylus fantasticus de Buxtehude. Pero ya desde al menos 1893, en un artículo de Eric Lewin Altschuler, se empezó a plantear la posibilidad de que en realidad esta pieza no fuese sino una transcripción de un original para laúd. Desde entonces se han ido sucediendo otros posibles originales para violonchelo de cinco cuerdas, para clave o para violín. Y, lo que es más intrigante aún: la propia autoría de Bach está en entredicho. Un artículo en Early Music (julio 1981) de Peter Williams ponía al descubierto una serie de cuestiones que hacía dudar de la autoría bachiana y de su escritura originaria para órgano: octavas paralelas en la introducción, respuesta en subdominante en la fuga (muy extrañas en Bach), simplicidad en el contrapunto con armonía de terceras y sextas en el contrasujeto o conclusión de la obra con una cadencia modal plagal extremadamente rara en el cantor de Leipzig. Todo esto, junto a cuestiones técnicas como las notas pedales y la similitud de los pasajes iniciales con el bariolage violinístico, llevaron a Bruce Fox-Lefriche en 2004 (The greatest violin sonata that J. S. Bach never wrote) a concluir que en realidad ante lo que estamos es una pieza juvenil para violín transcrita para órgano por Kernell o Ringk. Y más allá: Jonathan Hall sostiene que su autor verdadero podría ser Cornelius Heinrich Dretzel (1697-1775), también alumno de Bach en Weimar y a quien se le atribuye también el Preludio y fuga BWV 897…”

Por cierto que las argumentaciones de Moreno Mengibar despliegan un sólido sustento. Se les podrían sumar otras, como el hecho de que la pieza apenas sobrevivió a la época de Bach y que no existe ningún manuscrito de su puño y letra, ni tampoco jamás se ha sabido cuál fue la intención del compositor al escribirla. También se ha dicho que es demasiado sencilla como para haber sido compuesta por Bach, pero que rezuma tal genialidad que nadie más que él podría ser el autor.
Sin perjuicio de todas estas disquisiciones reservadas a los estudiosos y especialistas, muy respetables por cierto, la famosa composición será siempre relacionada con Bach e inmortalizada con cada nueva interpretación y con cada incorporación pasada o futura a una película.
En el caso de Rollerball, lejos de las más terroríficas implicancias de su inquietante sonoridad hábilmente empleada en las mencionadas cintas clásicas del género del horror, la “Toccata y Fuga BWV 565” ha generado diversas interpretaciones en cuanto al significado de su inclusión en la película. Una de ellas sostiene que la pieza representa una tormenta, asociada a las consecuencias que traerá la rebelión del protagonista Jonathan E. (Caan), un exitoso y veterano jugador del violento juego que da nombre al film, contra la decisión de la “Corporación” de pasarlo a retiro, ya que el principio rector que rige su gobierno es que “no existe el individuo por sobre la comunidad”, máxima que oculta fines más abyectos.

A través de las crueles secuencias de los partidos, que se filmaron en el Basketballhalle del Olympiapark de Múnich, Alemania Occidental, (estadio olímpico de baloncesto ahora conocido como Audi Dome, único en el mundo con una superficie casi circular), con miles de ciudadanos muniqueses como invitados al rodaje para servir de espectadores, el director Norman Jewison pretendía que el mensaje de la película fuera de antiviolencia, pero al público le gustó tanto la acción del juego que se habló de formar ligas de rollerball para convertirlo en un deporte oficial, algo que no hizo más que horrorizar al cineasta canadiense.
La majestuosa oscuridad de la “Toccata y Fuga” casa perfectamente bien con esa opresiva construcción de las corporaciones de una realidad tan idílica como ficticia, libre de guerras, que incluye una buena vida para los ciudadanos, siempre y cuando estos firmen un contrato que los compromete a obedecer sus reglas, sin excepciones ni cuestionamientos, mientras se concentran las inclinaciones violentas de la humanidad en ese único y universal juego reservado a un limitado grupo de guerreros que se van reemplazando, muerte o retiro por medio, a medida que su veteranía se hace más peligrosa para la supervivencia del poder central dominante y su privilegiada elite de ejecutivos.
Referencias:
[1] Nicolas Kynaston interpreta también al órgano la “War March of the Priests” de Mendelsohn en los títulos principales del film The Abominable Dr. Phibes (Robert Fuest, 1971) protagonizado por Vincent Price.
[2] Artículo publicado en el website scherzo.es, 16 de abril de 2020, link: https://scherzo.es/toccata-y-fuga-de-autor/