Fiel a su estilo enraizado en la cultura del leitmotiv, recurso que elevó a sus mayores cotas, creó quince temas y cuatro motivos diferentes, distribuyéndolos entre marchas gloriosas, fanfarrias y melodías representativas de personajes y situaciones que hablan de heroísmo, villanía, traición y amor.
En sus memorias, Rozsa recuerda: “En las secuencias de batallas de El Cid, los técnicos de efectos sonoros intentaban una y otra vez persuadir al director para que eliminase la música que interfería con sus preciosos “clangs”. Yo insistía en que, sin música, la escena perdía emoción. Durante el estreno sufrí un shock: en una secuencia la música paró de golpe cuando no había acabado. Y sólo para que se escuchase el “clang” de una espada”. La anécdota marca las diferencias creativas que el compositor sufría con los realizadores y los equipos técnicos, algo que el público ignora: el complicado quehacer de la cocina de un film, donde un enorme y sacrificado trabajo musical puede terminar descartado sin contemplaciones. Ejemplos de ello hay decenas.
Sin perjuicio del enorme trabajo de investigación de las raíces culturales e históricas de la música del período que quería representar fielmente, hay que destacar que la partitura cuenta con un gran porcentaje de música original de Rozsa, en rigor de verdad 33 de los 41 temas que componen la obra completa.