
Nada sería igual después de El gran desfile. Un joven King Vidor introdujo una nueva forma de rodar escenas de acción en el silente que serían modélicas a partir de ese momento para el cine bélico. Pero su personal aporte no se quedaría allí, sino que afectaría a la incipiente música de cine con algunos innovadores recursos
THE BIG PARADE (1925)
El gran desfile
King Vidor: La música silenciosa y el metrónomo
por Eduardo J. Manola
En 1925, hacía un año que Marcus Loew había fusionado la Louis B. Mayer Pictures, con la Goldwyn Pictures y la Metro Pictures Corporation, haciendo nacer la mítica MGM. Irving Thalberg, un joven talento de tan solo veintiún años asumió el cargo de director de producción, con el fiero y agresivo Mayer como presidente.
King Vidor era por entonces un joven guionista y director de veintiocho años, que ya tenía una importante carrera detrás de cámaras desde su debut en 1913 con el cortometraje The Grand Military Parade, producida por la Mutual Films. Era uno de los pioneros de ese cine que en 1925 todavía era mudo y se encontraba en un arrebato de frenética actividad, cuando Hollywood, en su etapa más floreciente, bullía condensando la energía de jóvenes y entusiastas cineastas que pululaban por los estudios con ideas de todo tipo. Chaplin rodaba La quimera del oro, y el primer Ben-Hur y El fantasma de la Ópera estaban en plena producción.
Vidor quería filmar una película que permaneciera en cartelera durante meses, y no por un par de semanas, como ocurría con la mayoría de las que se producían debido a la cantidad indiscriminada de cortos o pequeños films que llegaban a las salas de cine. Thalberg era de la misma idea, así que coincidieron rápidamente en un primer proyecto en tal sentido, que sería una película bélica de gran presupuesto: El gran desfile estaba en marcha, y se convertiría en el mayor éxito de taquilla de la MGM hasta el estreno de Lo que el viento se llevó en 1939, recaudando 11 millones de dólares, una cifra impresionante para la época.
Basada en “What Price Glory?”, un gran éxito de Broadway, escrito por Laurence Stallings y Maxwell Anderson, The Big Parade contaría la historia de Jim Apperson (John Gilbert, en pleno brillo de su estrella), el hijo de un rico hombre de negocios, que decide alistarse en el ejército norteamericano junto a sus dos compañeros, Slim (Karl Dane) y Bull (Tom O’Brien), para combatir en la Primera Guerra Mundial. Allí Jim se enamorará de una bella francesa llamada Melisande (Renee Adoree), partirá al frente y será gravemente herido, tras padecer los sufrimientos y el horror de la guerra de trincheras.



Con una pierna amputada, regresa a casa solo para descubrir que su prometida Justyn (Claire Adams) está con otro hombre, volviendo entonces a Francia en busca de su amor francés perdido, abrazando a Melisande en un desenlace tan sentimental como convencional. The Big Parade está considerada como la primera aproximación cinematográfica realista de la guerra:
«Quería hacer una película sincera”, declaró Vidor. “Hasta entonces, las películas sobre el tema, que glorificaban a los oficiales y la guerra, siempre habían sido falsas. Nunca había habido una sola película estadounidense que mostrara la guerra desde el punto de vista de simples soldados, ni una que estuviera realmente en contra de la guerra».
Fue una idea innovadora en su momento, emulada a partir de allí por casi todas las películas de guerra, (incluida Sin novedad en el frente (1930), que ganó el premio a la mejor película sólo cinco años después), que se vio favorecida por una excelente propuesta visual de los directores de fotografía John Arnold y Charles Van Enger y los efectos fotográficos de Max Fabian ―que trabajaría en San Francisco (1936), La señora Miniver (1942), Planeta prohibido (1956) y El mago de Oz (1939)—, que supo crear un montaje descarnado de la guerra y el sacrificio de los soldados.
Stallings había servido en el Cuerpo de Marines y, como Jim Apperson en la película, había perdido una pierna en la masacre de Belleau Wood. Vidor combinó la autenticidad documental que le daba ese dato biográfico del autor del relato —aprovechando los recursos generosamente puestos a su disposición por el ejército estadounidense― y el formalismo estético.

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR LA GUERRA
Por su parte, la música jugó un papel muy importante, aunque aquí debemos tener muy en cuenta que en la época del estreno de El gran desfile, no se componían partituras para las películas de la manera en que se haría años después, sino que se concebían como un acompañamiento musical en vivo para ejecutarse en las salas más importantes, habitualmente las del estreno del film, que debían reunir determinadas condiciones para ello, como un espacio suficiente para la ubicación de la orquesta.
Si bien hay muy poca información al respecto, se sabe que la partitura original para la exhibición en directo fue compuesta por David Mendoza, compositor y actor nacido en Nueva York, uno de los pioneros de la música cinematográfica que había debutado en 1919 con la música para Madame DuBarry de Ernst Lubitsch. Sus trabajos los compartía habitualmente con su prestigioso colega William Axt. Así escribieron juntos las músicas de acompañamiento para El gavilán de los mares (The Sea Hawk, 1924) de Frank Lloyd; La viuda alegre (The Merry Widow, 1925) de Erich von Stroheim; y la mítica Ben-Hur (1925) de Fred Niblo; aunque en todas ellas no fueron acreditados.
Juntos colaboraron, también, en la adaptación de la música original de Mozart para crear el acompañamiento musical de Don Juan, el primer film sonoro de la historia, producido por la casa Warner en 1926, y dirigido por Alan Crosland ―que se haría famoso un año más tarde al dirigir El cantor de jazz, considerado el primer film sonoro de la historia—. Según sostiene Conrado Xalabarder, Axt habría compuesto una nueva partitura para el reestreno de El gran desfile en 1931, escribiendo un tema de amor de gran belleza.



En 1988, Carl Davis (un verdadero especialista en componer nuevas partituras para clásicos del cine mudo, en su haber se encuentran por ejemplo las de Intolerancia, el Napoleón de Abel Gance y el Ben-Hur de 1925), escribió un nuevo acompañamiento musical para el reestreno de The Big Parade en noviembre de 1988, con ocasión del 29º Festival de Cine de Londres, que interpretó la English Chamber Orchestra.
La nueva partitura de Davis incorpora parte de la música original de Mendoza y Axt (con especial tratamiento del tema de amor de este último), y mezcla hábilmente canciones de la época muy pegadizas, como «Over There» de George M. Cohan y «You’re in the Army Now» de Isham Jones y Tell Taylor, ambas escritas en 1917 durante la Gran Guerra.
Over There – music by George M. Cohan

You’re in the Army Now – music by Isham Jones y Tell Taylor
Según Peter Bart “La partitura de William Axt y David Mendoza incorporaba canciones y variaciones del cancionero de la Primera Guerra Mundial, además de temas originales”[1]. Bart fue presidente de Lorimar Film y vicepresidente de Paramount y MGM, así que habría que darle algún crédito a lo que sostiene.
Sin embargo, no he encontrado registro alguno que confirme que las dos canciones que mencionamos anteriormente hayan formado parte de la banda sonora de acompañamiento de El gran desfile en su estreno de 1925 o su reestreno de 1931, pero sin duda hubiera sido todo un acierto que hubieran estado allí, como lo fue que Davis las haya incorporado a su nueva versión de 1988.
En este vídeo se puede apreciar la combinación que hizo Carl Davis del tema de amor compuesto por William Axt y la canción «Over There». En este punto, recomendamos el excelente análisis realizado por MundoBso en el siguiente enlace: https://www.mundobso.com/agoras/musica-para-solapar
DE EFECTOS SONOROS Y METRÓNOMOS
El gran desfile fue un impresionante éxito de taquilla, y buena parte de ese éxito se debió a los elaborados efectos de sonido que se realizaban en las salas de cine más importantes y equipadas. El cine Egyptian, por ejemplo, contaba con un equipo de auxiliares de sonido, dieciocho personas “armadas” con martillos y trompetas para acompañar las imágenes de las batallas, a las que se agregaban unas estructuras percusivas de metal de tres metros de altura para reproducir las explosiones. “El teatro temblaba”, recordaba Vidor.[2]
El Roxy Theater por su parte, contrató una orquesta de 70 músicos para interpretar la banda sonora en sus dos proyecciones diarias. La revista Variety, en su reseña de diciembre de 1925, sostenía que esos efectos sonoros producidos tras el telón eran un acierto y que la banda sonora de El gran desfile era superior a la de cualquier película de su género desde El nacimiento de una nación de Griffith.
Vidor reconoció que dirigió El gran desfile pensando en la música, incluso utilizó un órgano portátil y un violín durante los rodajes en exteriores, más que nada para transmitir emoción a los actores, haciendo gala de las teorías de Griffith sobre cómo generar entusiasmo. “Teníamos música en el plató, hecho que se revelaría fundamental para entrar en el personaje”, escribía Vidor en su libro ‘A Tree is a Tree’, a propósito de la necesidad de Gilbert de apoyo musical. “A John Gilbert le gustaba escuchar ‘Moonlight and Roses’”.[3]
Moonlight and Roses – music by Ben Black, Neil Moret y Edwin H. Lemare


En varias escenas utilizó un metrónomo, teniendo en cuenta que, según él, “lo más importante en la dirección de largometrajes es el tempo”. Sirviéndose del metrónomo para marcar el tempo, Vidor se aseguró una dinámica en las escenas que hasta ese momento era desconocida en el cine mudo. Muchos de los clásicos del cine silente resultan lentos en su visionado en la actualidad. No es el caso de El gran desfile.
El ejemplo más notable de este recurso (que Vidor denominaba “música silenciosa”), se puede apreciar en la inquietante escena en la que el batallón de Jim marcha por un bosque acechado de francotiradores alemanes. Vidor rueda la escena haciendo que los actores avancen al ritmo de un tambor, que cumple la función del metrónomo, que luego podía ser igualado por la orquesta en directo en el foso del cine, buscando que la secuencia tenga la apariencia visual de una marcha de la muerte.
“No teníamos amplificadores y tampoco teníamos música sincronizada para marchar a su compás, así que utilizamos un enorme bombo para que todo el mundo pudiera seguir el metrónomo”, recordaba Vidor. Mientras los compañeros de Jim van cayendo uno a uno bajo las balas de los francotiradores alemanes apostados en los árboles, lo hacen al son del tambor, en una suerte de “ballet brutal”. Un veterano del ejército británico protestó ante lo que consideraba «un ballet sangriento». Vidor, lejos de contrariarlo, lo confirmó: «Era exactamente eso: un ballet sangriento, un ballet de la muerte».
No hay forma de verificar que esta música exacta haya sido la que se escuchó durante la proyección de la película en el momento de su estreno, con excepción de los dichos de Vidor que, claramente, deben ser tomados como una buena fuente. Pero resulta excitante imaginar cómo el público pudo haber sentido la combinación de imágenes más vertiginosas hasta ese momento, con los efectos sonoros tras bambalinas, la orquesta en vivo y los recursos del tambor amplificado y el metrónomo. La versión de 1988, con la banda sonora de Carl Davis, podría darnos una pista en tal sentido.
El gran desfile se estrenó el 5 de noviembre de 1925 en el cine Egyptian del Hollywood Boulevard y el 19 de ese mismo mes en el Capitol y el Astor de Nueva York, y fue un éxito absoluto de crítica y de taquilla, consagrando a King Vidor y permitiéndole firmar un contrato a largo plazo con MGM, que le produjo su obra maestra The Crowd tres años más tarde.
«En aquella época no había premios de la Academia. Pero, de haberlos tenido, probablemente habríamos arrasado. Fue un triunfo tremendo», declaró el cineasta a The Celluloid Muse. El sueño de King Vidor se hizo realidad: la película estuvo en cartel durante seis meses en el Egyptian y 96 semanas en el Astor. Y su aporte a la incipiente música de cine, con su metrónomo y su “música silenciosa”, forma parte de su magnífico legado.
