
Reseña.
Las vampiras, muy censurada en la España de su época, emerge hoy como demostración de cine libre, de vanguardia, solo sujeto a la codificación genérica que el propio realizador subvierte desde lo erotizante.
LAS VAMPIRAS de Jess Franco
Vampyros Lesbos (1971)
por Josep Ferran Valls
Las vampiras (Vampyros Lesbos, Jesús Franco) España-Alemania. 1971. Con Soledad Miranda, Ewa Stromberg, André Montcall, Paul Muller, Jesús Franco, Michael Berling, José Martínez Blanco, Beni Cardoso.
Tras finalizar su etapa internacional bajo la égida de Harry Allan Towers -para el cual había rodado, en coproducción con Arturo Marcos, El conde Drácula (Count Dracula/Nachts, wenn Dracula erwacht, 1969), donde la actriz sevillana Soledad Miranda afrontaba el papel de Lucy-, Jess Franco (todavía acreditado «Jesús») reemprende la colaboración con Karl-Heinz Manchenn, quien organiza los rodajes de su siguiente ciclo fílmico, casi todos con Artur Brauner y Marcos en tareas de producción.
En esas películas, Miranda adopta el protagonismo principal; la joven actriz subyuga, hace mella en el realizador, hasta tal punto que su repentino fallecimiento a consecuencia de un accidente automovilístico tras el rodaje de El diablo que vino de Akasawa (Der teufel kam aus Akasawa, 1970), dejará huérfano a Franco pues, en poco tiempo, Miranda se había convertido en su musa, definición perfecta de la mujer «franquiana», hermosa, sensual, deshinibida, dominante, en suma, fascinadora.

Franco filma Las vampiras en localizaciones de España y Alemania -no en vano, Marcos y Brauner ejercen como coproductores-, también en Estambul.
El opus cuenta con un libreto escrito entre Franco y Jaime Chávarri e inspirado en la novela «Drácula» de Bram Stoker, aunque el propio Franco cite solo el relato «El invitado de Drácula», que suele emplearse como lógica apertura del libro. La operación puesta en práctica desde el papel es doble y consiste, por un lado, en localizar la acción en época contemporánea, singularizando la traslación del mito vampírico bajo la luz del sol, aunque conservando parte de sus estilemas.

Por otro, cambiar el sexo a los carácteres principales del libro; esta decisión, tan llamativa como práctica a la hora de erotizar el filme, habida cuenta del gusto de Franco por mostrar la epidermis femenina, cumple otro papel, más significativo: en el fondo del cine franquiano reside un discurso muy elocuente sobre la superioridad de la mujer sobre el hombre, quien se nos muestra a la manera de pelele o sin el lustre que enaltece a la fémina.
El desdoblamiento afecta incluso a la actividad de los personajes. Así pues, Drácula se transforma en la Condesa Nadia (Nadine en la versión extranjera; Miranda), quien habita un loft (sustitutivo del castillo tenebroso) con decoración y mobiliario pop art en la diminuta isla de Uskudar, mar de Mármara, tomando el sol en bikini, con pamela y gafas oscuras, mientras, por las noches, en Estambul, realiza sesiones de striptease.
Vampyros Lesbos – Sexadelic Dance Party – Music by Manfred Hübler & Siegfried Schwab

Jonathan Harker muta en Alice (Linda Westinghouse; Stromberg), agente inmobiliaria que sufre pesadillas de raíz lésbica donde aparece Nadia, quien la atrae hacia sí, llamándola una y otra vez… En esos sueños, se manifiestan tres elementos recurrentes que, más tarde, Linda visualizará durante sus visitas a la isla: la cometa, el escorpión y la mariposa atrapada en la red pesquera.
La cometa puede interpretarse como una metáfora de la relación Nadia/Alice=morena posesiva/rubia sumisa; Nadia tira del hilo (arácnido) de Ariadna que mantiene sujeta a la otra, impidiendo que vuele libre. La red cumple idéntica función; en la vivienda de Nadia se nos muestra como elemento decorativo pero también sinónimo de las enormes telarañas que surcan los interiores del castillo «lugosiano» en Drácula (Dracula, Tod Browning, 1930). El escorpión -más bien su aguijón- remeda la mordedura del vampiro; su final camina paralelo al de Nadia.


Cabe resaltar, de igual forma, que Renfield se transmuta en Agra (Heidrun Kussin). La chica, usada y abandonada por la condesa, termina enloqueciendo. Reside en el sanatorio de Seward y, aún fiel a su ama, espera su regreso mientras se entrega a lujuriosas fantasías onanistas. Otro «Renfield» indisociable del imaginario «franquiano» sería Morpho (Martínez Blanco), esclavo de Nadia, voyeur, protector y -se intuye durante el desenlace- enamorado suyo.
Carece de voluntad propia, conduciéndose cual zombi; tan inane como la muñeca o maniquí rubio que cobra vida durante los espectáculos sexuales fetichistas de Nadia, en Estambul, donde Alice descubre a la condesa/stripper/no-muerta que turba su sueño. Memmet (Franco), demente anormal que intenta retener a Alice, por la fuerza, en su escondite turco, realiza la operación inversa, es decir, secuestra mujeres para convertirlas -en su imaginación enferma, no exenta de tintes sadomasoquistas- en muñecas sometidas a sus deseos.

El resto de personajes también son masculinos en su mayoría, aunque la duplicidad marque algunos roles. Sin ir más lejos, el Dr. Seward (Price), como en la novela, detenta un sanatorio psiquiátrico, mas el personaje oscila entre aquel y una especie de hipócrita Van Helsing. Haciendo uso de la doble moral, Seward desea el poder y la vida eterna que Nadia puede proporcionarle y solo tratará de derrotarla cuando sea rechazado por la vampira. Se nos ofrece como el rol masculino más interesante (tal vez junto al perverso/inocente Memmet), debido a su afiliación oscura y pese a su mediocridad, que contrasta con el determinismo de Nadia.
Otro «Seward» pero decididamente estúpido, el psicoanalista Dr. Steiner, tan afín al macrorelato del director como puedan serlo Morpho u otros modelos repetitivos, ejemplifica bien, con su comportamiento obtuso, el discurso sobre la superioridad femenina: mientras Alice, sobre el diván, relata sus apasionantes experiencias oníricas, Steiner, sin prestarle mucha atención, emplea el bloc de notas para dibujar monigotes.


Aún peor resulta el prometido de Alice (André Montcall), quien no llega a Harker de baratillo ni a trasnochado galán, reforzando con su inoperancia la singular relación entre las mujeres, un vínculo al fin autodestructivo para Nadia, en una cita a «Carmilla» de Le Fanu.
Las vampiras, película de cámara, trata de narrar las idas y venidas, el tira y afloja sexual entre Nadia y Alice usando el zoom como figura de estilo, en esta ocasión, pertinente desde el compromiso pop, psicodélico, onírico y experimental al cual se ajusta como un guante la célebre partitura de Manfred Hubler y Siegfried Schwab punteada por el sítar. La improvisación dinamiza aunque corroe los fotogramas cual arma de doble filo al desenfocar planos o ejecutar zooms que se pierden en el vacío, mas el virtuosismo visual se encarga de nutrir el cuerpo del relato con reencuadres, angulaciones y recursos expresivos destacables por su osadía.
Vampyros Lesbos – Reedit – Music by Manfred Hübler & Siegfried Schwab




Franco siempre fue un espectador de su propia obra, un voyeur, como Morpho, admirando el cuerpo femenino, pero no solo eso, pues asimilaba cuanto se pusiera a tiro de su objetivo. El vampirismo, desde el dispositivo fílmico, en su óptica fantástica, supone un fenómeno erotizante grato a Franco. Sabemos que filmar es un acto de vampirizacion. Tal vez por eso insistiese en ese tema, siempre partiendo de la mítica para después transgredirla con formulaciones abstractas de carácter erótico.

TAMBIEN TE PUEDE INTERESAR:
Casualidad o plagio? Jess Franco vs. The Rolling Stones
«There’s no Satisfaction» de Vampyros Lesbos vs. «(I can’t Get no) Satisfaction» de The Rolling Stones
A veces la excusa del homenaje no alcanza.
Puede ser que cuando Manfred Hübler y Sigfried Schwab se sentaron a pergeñar lo que sería la banda sonora de Las vampiras (Vampyros Lesbos, 1971) de Jess Franco…