Resulta curioso que el “tema de Lara” tenga muy poco de “ruso”. El propio Jarre así lo consideraba. Sostenía que lo que le daba cierta sonoridad rusa eran las balalaikas y su característico sonido, imposible de obtener con ningún otro instrumento. Ellas eran el sonido de Rusia, y llevaban todo el peso de la orquestación que Jarre pergeñó para que la romántica melodía se adecuara geográficamente y se impregnara de nieve y revolución. Utilizó entre 24 y 30 balalaicas, entre bajas, barítonas, altas y sopranos. Pero como el propio compositor reconoce: “Cuando se escucha el tema de Lara interpretado por un pianista, suena completamente diferente.”[2]
Y así fue. Así se generó la inspiración. Con una ayudita de los amigos. De un amigo muy especial, David Lean, uno de los cineastas más “inspirados” de la historia del cine. Alguien que sabía tanto de cine como de psicología, que conocía el arte y sabía cómo completar la imaginación de un artista. Jarre regresó de las montañas de San Fernando el lunes por la mañana y, como él mismo lo contaba, se sentó al piano y dejó fluir el sentimiento. El resultado fue una de las melodías más bellas, que ganaría el Oscar y se convertiría en una de las más famosas e identificables de la historia de la cinematografía.