Cuando imaginas El exorcista (The exorcist), de inmediato se viene a la cabeza la punzante y repetitiva melodía que identificará al film para siempre. Ello, a pesar de que el tema no fue compuesto especialmente para la película y de que, además, es solo un pequeño fragmento de una obra mucho más completa y profunda.
El director William Friedkin se encontró con “Tubular Bells” por casualidad, mientras mantenía una reunión en las oficinas de Atlantic Records. Había rechazado la partitura que Lalo Schifrin le había entregado y se había quedado sin tiempo para contratar a otro compositor que asumiera la tarea.
Decidió entonces armar la banda sonora con distintos temas y música de diferentes fuentes, que ya había utilizado como temp tracks durante el rodaje. Tenía las desconcertantes piezas de obras clásicas, como la del polaco Krzystof Penderecki, llena de violines punzantes que recuerdan la partitura de Bernard Herrmann. Pero Friedkin sentía que faltaba algo.