Altman decidió cambiar la costumbre imperante en Hollywood de montar la música en la etapa de postproducción, luego de la edición, y le pidió a Mandel que colaborara activamente en la planificación de «La última cena», y que escribiera una canción para que el actor Ken Prymus la cantara mientras tocaba la guitarra. Además, le exigió que se llamara «Suicide is Painless” (El suicidio es indoloro), y que fuera «la canción más estúpida jamás escrita».
Como es lógico, la consigna de que su trabajo “aspirara a la estupidez” no sería muy bien asimilada por cualquier compositor que se precie, y Mandel no fue la excepción, así que Altman, que se había dado cuenta de que el entusiasmo de Mandel brillaba por su ausencia, le dijo que se concentrara en la música y que de la letra se encargaría él mismo.
Pero hasta la estupidez precisa del talento y Altman lo advirtió a poco que se enfrascó en la tarea. No podía escribir algo tan estúpido como lo que necesitaban, confesó días después, mientras los bollos de papel con letras frustradas se amontonaban en el cesto de basura. Sin embargo, se le ocurrió que ese talento para la estupidez que le estaba jugando una mala pasada, lo podía encontrar en otra persona: su hijo de 14 años, Michael.