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Dabadabadá: Tarareando con Francis Lai y sus amigos

Dabadabadá: Tarareando con Francis Lai y sus amigos

¿Quién no ha tarareado alguna vez una canción en la ducha? Cuando la memoria se ausenta, ese recurso es de lo más natural, y humano. Pero también la música ha echado mano de esa herramienta, aunque por motivos bastante diferentes al de un simple olvido de la letra.

 

Uno de nuestros prestigiosos colaboradores, el profesor y musicólogo Lamberto Del Álamo sostiene, en su magnífico libro “El cine y su música-Secretos y claves” (de lectura obligatoria para todo amante de la banda sonora), que:

 

Este sencillo recurso se ha utilizado en la música vocal desde el principio de los tiempos, incluso en la llamada música culta. Algunos grandes maestros de la polifonía renacentista, como el francés Clément Janequin, escribieron bellas canciones con partes en las que no aparecen propiamente palabras, sino sonidos onomatopéyicos. En su célebre Chanson titulada ‘El canto de los pájaros’, imita los sonidos del mirlo, del ruiseñor y de otras aves cantoras y en otra, que lleva por título ‘La guerra’, los cantantes reproducen el sonido de las bombardas, de las espadas y los clarines.”

En la música de jazz encontramos el denominado “scat singing”, un anglicismo con el que se define una manera de cantar utilizando palabras y sílabas sin sentido ni signficado, que permite vocalizar melodías y ritmos de manera improvisada y agregar, incluso, cierto tono humorístico en la interpretación. Según advierte el citado Del Álamo, “el scat no debe confundirse con el ‘vocalese’, que consiste en poner sonidos vocales a solos instrumentales que ya han sido interpretados y grabados.” En el scat es esencial la improvisación.

 

Cuenta la leyenda urbana que el mítico Louis Armstrong fue el inventor del “scat”, cuando un día se olvidó la letra de una canción en el escenario, pero hay quienes sostienen que el recurso fue utilizado por primera vez en el tema “Heebie jeebies”, grabado en 1926. También se atribuía el invento al legendario pianista Jelly Roll Morton, quien, sin embargo, se lo adjudicaba a Joe Sims, un ignoto cómico.[1] 

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El pianista Jelly Roll Morton

Y así llegamos al “dabadabadá”, otra forma de tarareo que se debe a la imaginación de Ward Lamar Swingle, un músico de jazz y vocalista norteamericano que fundó en París en 1962 un octeto vocal francés formado en partes iguales por mujeres y hombres, los Swingle Singers.

 

Mister Swingle creyó descubrir que algunas piezas de Johann Sebastian Bach contenían elementos del swing y se le ocurrió versionarlas empleando el recurso del “scat singing”. En1963, el grupo publicó dos álbumes, “Jazz Sebastian Bach” y “Bach’s Greatest Hits”, ganando cinco premios Grammy.  

 

Una de las vocalistas de los Swingle Singers era Christiane Legrand, soprano líder del grupo y hermana del compositor francés de música cinematográfica Michel Legrand, autor de bandas sonoras como Los paraguas de Cherburgo (1964), Las señoritas de Rochefort (1967), Estación polar Cebra (1968) o Verano del 42 (1971). Christiane, por cierto, dobló en las canciones de Los paraguas de Cherburgo a Anne Vernon, y a Pamela Hart en Las señoritas de Rochefort.

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En ese círculo estaba también Francis Lai, otro compositor galo de una marcada sensibilidad para la melodía romántica y de fácil escucha, que alcanzaría enorme popularidad y reconocimiento por su inspirada partitura para Love Story (1970), el recordado melodrama de Arthur Hiller con Ali MacGraw y Ryan O’Neal que hizo llorar a toda una generación. El tema principal de este film es uno de los más famosos e identificables de la historia de la música de cine, y la banda sonora de Lai se llevó el Oscar de 1971.

 

Pero Lai había debutado en 1966 componiendo la música de Un hombre y una mujer (Un homme et une femme), obra cumbre del realizador francés Claude Lelouch, y fue en esa partitura que el músico, influenciado por el jazz y, seguramente, conocedor del trabajo de los Swingle Singers a través de su relación con los Legrand, utilizó el “dabadabadá” en el tema principal de la película, que tuvo una repercusión enorme y que, lanzada como canción con letra de Pierre Barouh, cosechó un gran éxito en los mercados discográficos, en especial en México y Argentina, siendo nominadas tanto canción como banda sonora a los Golden Globe.   

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Francis Lai y Claude Lelouch

Cuando la década del sesenta ya veía el ocaso, el singular “dabadabadá” fue adoptado por algunos compositores españoles, como Anton García Abril, convertido en el ícono ibérico de ese recurso que, a pesar de la indiscutible calidad de su extensa obra musical para el cine, lo utilizó sin ruborizarse en algunos de sus trabajos para el, en ese entonces, emergente cine del “destape”, por ejemplo en películas como Sor Citroen (1967) y El turismo es un gran invento (1968) ambas de Pedro Lazaga, o Las ibéricas F.C. (Pedro Masó, 1971). El “dabadabadá” no limitó su influencia a García Abril, sino que también afectó a Alfonso Santisteban (De profesión: polígamo, Angelino Fons, 1975) y Augusto Algueró (Sor Ye-yé, Ramón Fernández, 1968).

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El compositor español Antón García Abril

Por otra parte, ni el mismísimo Barry Gray, hacedor musical de la factoría titiritera de los hermanos Gerry y Silvia Anderson, creadores de aquellas inolvidables series de marionetas lideradas por Thunderbirds, Supercar y Captain Scarlet, pudo resistirse a introducir el “dabadadá” en el tema de sintonía de “The Secret Service”, aunque con alguna variación (dubidubidú).

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Referencias

[1] Lamberto Del Álamo, El cine y su música-Secretos y claves, Ediciones Rialp S.A., 2020, pág. 99/100.

Eduardo J. Manola – 18 de diciembre de 2020

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Guillermo Delfin Fernández Boan
Guillermo Delfin Fernández Boan
2 years ago

Cada vez mejor esta página ¿Hasta dónde llegará?