
Max Rockatansky, un modesto policía de carreteras que se ve arrojado al abismo cuando su mujer y su pequeño hijo son masacrados por una banda de moteros despiadados. Brian May (no el de Queen) compuso una música áspera y brutal, justo lo que necesitaba esta fábula de violencia y venganza, icono del cine australiano que amanecía en el ocaso de la década del setenta.
MAD MAX (1979)
Mad Max – Salvajes de autopista
Brian May: El sonido de la bestialidad
por Eduardo J. Manola
Mad Max – Main Title – music by Brian May
La hiper exitosa saga de Mad Max, no solo es eso sino también un hito cultural en la cinematografía mundial, una explosión de acción y brutalidad desinhibida que además se daba el lujo de mostrar la geografía australiana a través de un cine que aparecía con toda su calidad y sus ansias de contar historias. Y encima, se permitía una crítica descarnada de la degradación de la sociedad y de la irresponsable explotación de los recursos de la humanidad.
El director George Miller buscó dotar al personaje central, Max Rockatansky, un modesto policía de carreteras que se ve arrojado al abismo cuando su mujer y su pequeño hijo son masacrados por una banda de moteros despiadados liderados por un psicópata sin límites llamado Toecutter (Cortadedos), encarnado por un excelente Hugh Keays-Byrne. Max pasaría de la vulnerabilidad a una valentía sustentada en la desolación y la venganza. Para ello, Miller precisaba al actor adecuado, que se corporizó en un joven que se presentó al casting con moretones y el rostro inflamado, pues la noche anterior se había enzarzado en una pelea de bar.

Era Mel Gibson, un neoyorquino que había echado suertes en la televisión australiana y solo había conseguido unos papelitos en dos series, The Sullivans y Cop Shop. Ni por asomo podía imaginar las consecuencias que esa audición iba a tener en su carrera y en su vida. Con esa apariencia desfigurada y fruto de la casualidad (y su carácter pendenciero) convenció a Miller, que lo contrató de inmediato, solo para descubrir que ese no era el Gibson que había visto en el casting, porque cuando el actor se presentó el primer día de rodaje su rostro ya no estaba hinchado, no había heridas ni ojos morados. De todas formas mantuvo su decisión y le dio a Gibson la oportunidad de ser Max y convertirse en una estrella. Por ese trabajo, el actor cobró tan solo 10.000 dólares.
Para crear la historia de Mad Max, Miller se inspiró en 2024: Apocalipsis nuclear (A Boy and his Dog), un pequeño film norteamericano de serie B de 1975, protagonizado por Don Johnson (el detective Crocket de Miami Vice), donde un joven y su perro telepático deambulan por un páramo desértico post-apocalíptico, y también en Los guerreros de la muerte (Stone, 1974), una película australiana de culto, también de bajo presupuesto, cuya trama se centraba en el Grave Diggers Motorcycle Club, cuyos miembros iban siendo asesinados por un misterioso vengador, y en la que, curiosamente, actuaba Hugh Keays-Byrne (Toecutter)[1].

Mad Max – Max The Hunter – music by Brian May
Entrevistado por Danny Peary para ScreenFlights de Omni ScreenFantasies (1984), George Miller contó que junto a su socio, el desaparecido Byron Kennedy, habían hecho Mad Max por dos motivos. Primero, porque eran dos obsesivos incurables de las películas de persecución, desde Ben-Hur hasta Bullitt, desde las comedias mudas de Buster Keaton y Harold Lloyd hasta The Wild One y las de Roger Corman en AIP. Segundo, porque eran fanáticos de la cultura automovilística australiana, donde las carreteras rurales desiertas se convertían en pistas de carrera y provocaban infinidad de víctimas en el asfalto, que el propio Miller, graduado como médico, había tenido oportunidad de ver y tratar, durante los seis meses que duró su residencia en el hospital. Su experiencia en traumatismos de la carretera fue, según confesó, «una influencia germinal en las películas de Mad Max«.[2]
Las bandas sonoras de la franquicia no se quedaron atrás en su objetivo rompedor de moldes, en especial de la mano de Brian May en las dos primeras entregas, a través de su reaccionaria forma de orquestación. May, que se había ganado su prestigio como director musical de la ABC (Australian Broadcast Comission), y componiendo música películas del director australiano Richard Franklin, llamó la atención de los realizadores de la primera película de Mad Max. Miller y Kennedy querían imprimirle a la película un sonido grandilocuente y, a su vez, inquietante y transgresor, que sacudiera a los espectadores y les inyectara el horror post-apocalíptico que transmitía el guion.



Mad Max – Max Decides On Vengeance – music by Brian May
Musicalmente, se imaginaban algo estilísticamente similar al sonido más áspero de la obra del gran Bernard Herrmann, creador inigualable de las mejores partituras para los filmes de Alfred Hitchcock. Querían eso que Herrmann hacía en las películas del maestro del suspense, una música gótica, según sus propias palabras: «porque tenían una gran película de acción y necesitaban una partitura que la impulsara y le diera mucha garra y energía”. Así es que, llamaron a Franklin y los tres se reunieron una noche en su casa. Durante la cena, Franklin les hizo escuchar dos temas que May había compuesto para Patrick (1978), su próximo film en producción.

«Mad Max era una partitura muy enérgica en el departamento de violencia/acción, y para ello querían una partitura totalmente no melódica», explicó May. «Era muy filosa y cortante, y George quería especialmente que antagonizara con el público haciéndole sentir incómodo. A veces teníamos notas irregulares que iban en contra de los diálogos para que el público se sintiera frustrado».
Esas “notas irregulares” de las que habla Brian May son los denominados “stingers” (aguijones) que se construían usualmente con los instrumentos de cuerda, provocando un sonido agudo y estridente, sorpresivo, que sublima el impacto visual de una escena, generalmente de horror, y busca transmitir al espectador miedo o sobresalto. May llevó el efecto del stinger al límite, y no lo desarrolló con las cuerdas, sino con una combinación más estridente aún de instrumentos de metal y percusión. En la actualidad, la instrumentación electrónica y los avances tecnológicos en materia musical han facilitado la realización de ese tipo de efectos.
Mad Max – The Terrible Death Of Jim Goose – music by Brian May


May entregó a Miller y Kennedy una partitura estridente, lacerante, que combinaba de manera magistral la orquestación clásica con las sonoridades mecánicas que pretendían los realizadores, interactuando perfectamente con los efectos de sonido de las escenas de acción y construyendo un paisaje sonoro singular, que consigue transmitir y acentuar la descarnada brutalidad que destila la película. Es, literalmente, el sonido de la bestialidad.
La riqueza instrumental de la partitura de May, que no oculta alguna reminiscencia stravinskiana, la ha ubicado entre las más sinfónicas e impresionantes del compositor, y ello pese a que no contó con una orquesta de grandes dimensiones, como la que sí tendría para la secuela. Acabó ganando el premio AFI del cine australiano en 1979 y convirtió al film de Miller en algo más grande y furioso, oscuro e inquietante, que profundiza la sensación metálica de esa barbárica cultura automovilística y de alta velocidad que denuncia la película.
Mad Max – The Final Chase – music by Brian May

Referencias:
[1] Keays-Byrne volvería muchos años después a la saga de Mad Max en Fury Road (2015), en la que Miller le daría el papel del villano Immortan Joe, tras una terrible máscara que dificultaría su identificación, reservada a cinéfilos muy observadores.
[2] Danny Peary on “Mad Max 2/The Road Warrior”, The Filmist, 19 de septiembre de 2009: https://thefilmist.wordpress.com/2009/09/19/danny-peary-on-mad-max-2the-road-warrior/
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